Desde las grandes figuras de nuestra especialidad, siempre admiradas, hasta hoy, el internista ha cambiado en múltiples aspectos de forma, dados por los cambios sociales y estructurales del sistema sanitario.
La preocupación por la profundidad y amplitud en relación con el futuro de la Medicina Interna ha aumentado en los últimos años. Paradójicamente esta intensificación se ha producido simultáneamente con el descenso en la proporción de postgraduados que eligen la especialidad. No obstante, al internista del futuro se le contempla como a un médico de extraordinaria importancia y responsabilidad, en cuya educación y entrenamiento se ha de incluir una amplia gama de especializaciones y áreas de capacitación muy diversas, a su vez reflejo de la complejidad de los problemas actuales.
A lo anterior se añade el hecho de que el internista ha de dedicar buena parte de su trabajo a la comunicación con el enfermo. Y, por añadidura, en una época de enfermedades crónicas, la profesión médica no se puede definir exclusivamente en base a los progresos de la investigación o de la tecnología, sino que debe aceptar plenamente y tratar de mejorar los recursos sociales tanto como la relación médico-paciente.
Los principios oslerianos que la Medicina Interna occidental adoptó orgullosamente a mediados del pasado siglo continúan vigentes. No obstante, hoy se ha de hacer frente a unos costes económicos cada vez mayores, a una recompensa inadecuada en relación a los conocimientos, al miedo a la mala praxis, a las presión generada por el consumismo o a la necesidad de acortar la estancia media hospitalaria, que tan a menudo interfiere con la eficacia docente o con la toma de decisiones clínicas a la cabecera del enfermo. Además se es consciente del imperativo “productivo” de la utilización eficaz del tiempo, para prestar asistencia al mayor número posible de enfermos, lo que a veces aboca en una sensación de deterioro en el ejercicio profesional.
Quizá el reto más importante para la Medicina Interna del presente sea el mantenimiento de sus valores tradicionales, profesionales y morales, al tiempo que una correcta adaptación a las necesidades sociales en evolución y a las restricciones de un sistema sanitario cambiante.
La Medicina Interna debe, pues, redefinirse en base a estos conceptos y la responsabilidad de este cambio corresponde a nuestra Sociedad, como ha pretendido plasmarse en el Plan Estratégico, pero también a cada uno de nosotros. El camino puede ser largo, penoso hasta el agotamiento, pero el desánimo y la desilusión nunca han sido características del buen internista. La Sociedad Andaluza de Medicina Interna mantiene como fin primordial el desarrollo de todos los matices clínicos y experimentales de la especialidad en nuestra comunidad y así lo avalan los casi 650 miembros asociados a la misma desde su fundación hace un cuarto de siglo.